Alejandro Magno y sus soldados están cruzando un inmenso desierto. De repente un grupo de scouts, se dirigen a toda velocidad hacia Alejandro. Han encontrado un pequeño manantial. Y como regalo le han traído un casco lleno de agua. Se lo entregan. Alejandro, sediento, alza el casco y derrama el precioso líquido sobre la arena. Inmediatamente sus soldados estallan en júbilo.
Se escuchó a un soldado decir: “Con un rey así, ninguna fuerza en el mundo nos podrá detener”.
Todos sueñan con ser como Alejandro. Pero solo unos cuantos se atreven a cruzar el desierto sin agua.
La mayoría de los hombres son reyes. Pero solo en su mente. Donde son reyes sin tener que sacrificarse para ser reyes.
Son reyes en el reino de su mente. Donde solo ellos conocen la leyenda de su grandeza. Donde son todo lo que quieren ser. Ellos son grandes, solo que no ha llegado su momento. La gloria está a la vuelta de la esquina. Así como lo estuvo el año pasado, el año antepasado. Y el resto de su vida.
Un reino diminuto
El rey secreto piensa que en el fondo él es mejor que los demás. Solo que el mundo no lo ha reconocido porque no son lo suficientemente inteligentes, no están listos, o no lo valoran. O cualquier otra excusa que el rey inventa para explicar por qué él todavía no ha alcanzado la gloria a la cual está destinado. Finalmente él decide que el mundo no lo merece.
Por eso el decide crear su propio reino en las entrañas de su mente. Y en ese diminuto reino le va de maravilla. El rige sin ninguna oposición. Nadie lo reta. No tiene que guiar un ejército a través de un peligroso desierto, enfrentarse a una corte que lo quiere destronar, o tener que forjar alianzas simuladas con jerarcas de otras tierras. Que buena vida. Ser rey, pero sin el dolor de cabeza que el título conlleva.
Su vida puede ser fácil. Pero ese rey jamás va a conocer los frutos de su esfuerzo. El jamás va a forjar su propio reino. Será siempre subidito de sus fantasías e impulsos. Un rey ilegítimo. Un rey que solo él cree en su grandeza.
Características del rey secreto
Los reyes secretos son producto de una sociedad que nos ha dicho que somos especiales. Nuestros papás nos dijeron que somos especiales. La TV nos dijo que somos especiales. En el colegio nos dijeron que somos especiales. Todo el mundo nos dijo que somos especiales. No lo somos. Nadie es especial. Tú tienes que construir tu mundo para ser especial.
La falta de retos colectivos y una sociedad que glorifica la comodidad y valora más la imagen que la realidad también han contribuido en la creación del rey secreto.
El rey secreto es un niño permanente. Que vive en un caparazón de seguridad. Su más grande miedo es fracasar. Fracasar a llenar esa expectativa de que él es un rey. Si eso llega a suceder, él se dará cuenta que no es especial–que es igual a todos los demás. Y su identidad colapsará.
Como dijo Félix Dennis: “El miedo a fracasar ante los ojos del mundo es el mayor impedimento para amasar riqueza.”
Por eso el rey no intenta. Tiene miedo. Miedo a que la gente se dé cuenta de que él en realidad no es un rey, sino un impostor.
Porque cuando crees que eres especial no hay nada peor que una experiencia que te rompa esa ilusión. Por eso el rey secreto no intenta. ¿Para qué intentarlo? Si él se considera especial con solo ser.
Pero esto es una trampa. Ya que el jamás podrá realizar su potencial. El jamás llegara a ser un verdadero rey. Un rey conocido por todos. Un rey legítimo. Se quedará siendo un rey secreto por el resto de su vida.
Las ilusiones mantienen al rey dopado. Sintiéndose bien sin realmente hacer el trabajo necesario que lo convertirá en un rey.
La tragedia del rey secreto
El rey secreto sufre callado. Pero se jacta a toda voz. Habla de sus planes con la primera persona que se le cruce — cómo obtendrán riquezas infinitas, fama, y por fin le mostraran al mundo quienes en verdad son ellos.
Sus planes son magníficos. Dignos de un rey. Pero estos jamás se materializan. Porque un rey secreto nunca empieza. A él lo paraliza la magnitud de su ambición como su miedo de quedar expuesto.
Hitler planeando las magníficas obras que va a construir con Albert Speer mientras los rusos se acercan a Berlín se viene a la mente.
Obsesionados con lo que piensa el mundo sobre ellos. Se metieron a la cabeza que su vida es un reality donde todos sus conocidos los observan 24/7 con una cámara que lo ve todo.
Por eso no hacen nada. Por una parte, creen que son mejores que los demás, por otra, tienen el ego frágil y no confían en sí mismos. Por eso no toman acción.
Una vida de sueños
Por eso el rey secreto opta por soñar. Seguir fantaseando y hablando sobre ese reino que le está guardando el destino donde lo único que tendrá que hacer es entrar con su caballo y armadura. Todo estará listo para él. Su castillo, sus súbditos, su doncella. El solo tendrá que sentarse en el trono. Porque él se lo merece.
Pero en esa narrativa falta el tercer acto–la columna vertebral de toda historia. El conflicto.
Los escritores de Disney jamás se olvidan de este elemento en sus películas. Y la vida real tampoco. El héroe primero tiene que vencer al dragón para poder convertirse en rey. Y nadie vence al dragón en su mente. El dragón hay que enfrentarlo en la vida real. Y a diferencia de las historias de Disney ese dragón hay que vencerlo constantemente. El “happily ever” no existe. El dragón regresa una y otra vez.
Pero el rey secreto le huye al dragón. No se atreve a hacer las cosas difíciles, a tomar riesgos, a fracasar. Su gran tragedia es que evitará todas las acciones que lo transformaran en un rey verdadero por miedo a perder el reino de su mente. Es un catch 99 perverso que lo tiene viviendo en un mundo de “algún día”.
Ese algún día va a llegar y ellos seguirán teniendo su reino mediocre.
Pero no todo está perdido para los reyes secretos…
Como dijo Luis XIV de Francia: Muy poco puede detener a un hombre que puede conquistarse a sí mismo
Pero para conquistarte, primero debes destruirte. Ese es el primer paso.