Junot Diaz nos cuenta la historia de 3 generaciones de una familia dominicana que se muda a Nueva Jersey para escapar del terror de la dictadura de Rafael Trujillo.
Pero intercambiar las palmeras y el trópico por el inglés y el frío no resuelven sus problemas, es más, la maldición que corre en su familia los persigue aún con más vigor.
Ellos sienten que no pertenecen a su nueva vida. Y en especial Oscar (“el nerd del gueto”), quien pasa sus días soñando despierto, quien no encaja ni en su casa… y a quien le gustaría conocer — por primera vez — al amor. Pero el espectro del Trujillato y la virginidad lo persiguen.
No podía practicar deportes, ni jugar al dominó, carecía de coordinación y tiraba la pelota como una hembra. Tampoco tenía destreza para la música ni para el negocio ni para el baile, no tenía picardía, ni rap, ni don pa na. Y lo peor de todo: era un maco. Tenía el pelo medio malo y se lo peinaba en un afro estilo puertorriqueño, usaba unos enormes espejuelos que parecía que se los proporcionaba un oculista de asistencia pública —sus aparatos «antivaginales», les decían Al y Miggs, sus únicos panas.
Al principio, Oscar es un típico adolescente con preocupaciones frívolas, pero poco a poco, la historia se vuelve más macabra, hasta poner la vida de todos los protagonistas patas pa´ arriba.
Pocas novelas te sacan una carcajada, pero Junot Diaz lo logra sin esfuerzo. También, de manera impecable, describe la realidad de los inmigrantes latinos. Sus dudas, sus inseguridades, sus luchas, sus sueños, su spanglish. Pero también nos recuerda que por más que viajemos, nuestro pasado siempre estará allí para recordarnos de quienes somos.
La Breve y Maravillosa Vida de Oscar Wao es una excelente novela contemporánea latina. Regálasela a alguien que no lee mucho — porque las novelas le parecen aburridas y sin vida. Te aseguro que se la va a leer con el mismo ritmo que mira una serie de Netflix.
Pasajes Memorables de La Breve y Maravillosa Vida de Oscar Wao
Óscar siempre la veía, una Mary Jane del gueto, el pelo tan negro y lustroso como un cumulonimbo próximo a explotar, probablemente la única muchacha peruana en el mundo con el pelo más rizado que el de su hermana (él todavía no había oído hablar de afroperuanos, o de una ciudad llamada Chincha), con un cuerpazo que les hacía olvidar las enfermedades a los viejos, y desde el sexto grado, siempre con novios que tenían el doble o triple de su edad (Maritza no tenía mucho talento —ni en los deportes, ni en la escuela, ni en el trabajo— pero para los hombres le sobraba).
Toda familia dominicana tiene historias de amores locos, de quienes llevan el amor a extremos, y la familia de Óscar no era una excepción.
Nunca son los cambios que queremos los que cambian todo.
Así son los blancos. Pierden un gato y hacen sonar la alarma y hay titulares en primera plana, pero nosotros, los dominicanos, perdemos una hija y puede que ni cancelemos la cita en la peluquería.
La Inca, meticulosa y puntillosa, había deshecho gran parte del daño que la vida en las Afueras de Azua le había infligido, pero a la muchacha todavía le quedaba mucho por pulir. Tenía toda la arrogancia de la clase alta, pero también la boca de una superestrella del colmado.
Que conste, ese verano nuestra muchacha desarrolló un cuerpazo tan enloquecido que solo un pornógrafo o un dibujante de comics podía haberlo conjurado con tranquilidad de conciencia.
El dueño, un chino robusto y bien vestido llamado Juan Then, no necesitaba a nadie exactamente; de hecho, no estaba seguro si se necesitaba a sí mismo. Negocio terrible, se quejó. Demasiada política. La política mala para todos menos para políticos.
Años después Beli lamentaría haber perdido contacto con sus «chinos». Fueron tan buenos conmigo, les gemía a Óscar y Lola. No como tu padre, ese chupavidas despreciable. Juan, el jugador melancólico, añoraba Shanghai como si fuera un poema de amor cantado a la mujer que amas, hermosa e inalcanzable. Juan, el romántico miope al que las novias le robaban descaradamente, nunca aprendió bien el español (sin embargo, años después, cuando vivía en Skokie, Illinois, les gritaría a sus nietos americanizados en su español gutural y ellos se reirían de él, pensando que les hablaba en chino).
Y Benny El Indio, un camarero reservado, meticuloso, que tenía el aire triste de un hombre acostumbrado desde hacía mucho a la demolición espectacular de sus sueños.
La atención de los clientes la fascinaba y lo que ella les daba a cambio era algo de lo que la mayoría de los hombres nunca se cansa: el cuidado solícito de una mujer bonita.
Lo único que quería era bailar. Pero lo que me tocó fue esto, dijo, abriendo los brazos para abarcar el hospital, sus hijos, su cáncer, los Estados Unidos.
Lo que quiero decir es: ¿qué bróder viejevo no ha intentado regenerarse con la alquimia de una chocha joven?
Sobreponiéndose a la fatiga, hizo lo que muchas mujeres como ella hubieran hecho. Se plantó frente al retrato de La Virgen de Altagracia y rezó. Nosotros, los plátanos postmodernos, tendemos a desechar la devoción católica de nuestras viejas como algo atávico, un retroceso embarazoso a los viejos tiempos, pero es exactamente en esos momentos, cuando toda esperanza se ha evaporado, cuando el final se acerca, que el rezo cobra dominio.
Enseguida el lugar se llenó de fieles y pulsaba con un espíritu tan denso que se rumoró que el mismo Diablo tuvo que evitar el Sur durante meses.
Nada más excitante (escribió) que salvarse a uno mismo con el simple acto de despertar.
Los hombres no son imprescindibles. Pero Trujillo es irremplazable. Porque Trujillo no es un hombre. Es… una fuerza cósmica… Quienes tratan de compararlo con sus contemporáneos comunes y corrientes se equivocan. Pertenece a… la categoría de aquellos nacidos con un destino especial. La Nación.
Pero si estos años me han enseñado algo es esto: nunca se puede escapar. Jamás. La única salida está por dentro.
Sin embargo, ocultar de Trujillo a su hija de ojos de gamo y pechos grandes no era nada fácil. (Como negarle el anillo a Sauron.) Si ustedes creen que el dominicano común y corriente es malo, Trujillo era cinco mil veces peor. El tipo tenía centenares de espías cuyo único trabajo era rastrear las provincias en busca de la próxima. Si procurar cuca hubiera sido más central al trujillato, el régimen hubiera sido la primera culocracia del mundo (y quizá, de hecho, lo fue).
Después que se negara a sucumbir a ese susurro que todos los inmigrantes de mucho tiempo llevan dentro de sí, el susurro que dice: No Perteneces Aquí.
Su tío Rudolfo, que estaba mirando el partido en la TV, aprovechó ese momento para gritar, con su mejor voz de Abuelo Simpson: Las prostitutas fueron la desgracia de mi vida.
Lola juró que nunca volvería a ese país tan terrible. En una de nuestras últimas noches de novios, dijo: Diez millones de Trujillos, eso es todo lo que somos.